El Relajau
El Relajau fue un personaje de Cimadevilla de los tiempos en los que la calle Corrida se llamaba aún Ancha de la Cruz y Gijón ... era como un Londres en miniatura donde los edificios, muchos de piedra, se alineaban armoniosamente. Según cuentan las crónicas, no hubo manera de que aquel playu plácido hincara el codo mínimamente en sus años chicos. Jamás pisó el colegio. Ahora bien, se convirtió en un pescador de primera experto en todas las artes y en todos los frutos de la mar. Besugos, chopas, botones, lubinas, pulpos, andaricas, oricios... Según una anécdota referida en las memorables crónicas de Víctor Labrada, un día lanzando la caña a la espalda de San Pedro picó un bicho de extraordinario porte y al Relajau (el mote suscita envidia solo de pronunciarlo) le urgía que alguien le cogiera la caña para ayudarse de «una tarrafa» y poder cobrar la pieza. Avistó entonces a Julián el sacristán, le conminó a coger la caña rápidamente y en el preciso instante en que el susodicho Julián la tomaba rompió el sedal. Ambos se miraron en el maléfico momento en una singular tensión. Julián, asustado. El Relajau, por una vez, tensionado. Entonces le espetó iracundo: «¡Trai pacá, porque eses manes solo saben aguantar por la cruz y los ciriales!».
Desde hoy mismo, El Relajau es quien suscribe, pues empieza sus vacaciones con el firme propósito de superar al ilustre playu en cultivar el ocio hasta la provocación. No son tiempos ya de pirar clase, ni posiblemente de pescar besugos, pero sí de escaquear obligaciones y por supuesto despachar todos los sabrosos peixes que se pueda. De ramplear, tertuliar y bañar en la sacrosanta escalera 2, convertida con el paso de los años en un auténtico senado romano, donde solo falta la toga y la sandalia. De atender la huerta, donde asoman ya tomates en versión canica y los primeros calabacines. De disfrutar de los manzanos, donde las flores hace bien poco que mudaron en preciosistas miniaturas de manzana. Y, por supuesto, de viajar un poco, esta vez por España, que tiene mucho que ofrecer en su extensa piel de toro (no estaría de más sacudirla de paso como una alfombra a ver si caen de una vez al abismo del anonimato, o de chirona, chinches, garrapatas y demás ruindades). Antes de huir por esos mundos con la ventanilla del coche bajada, llenando la nariz de aromas campestres, toca visitar la Feria del Libro. Hoy para ver a ese genio de las viñetas que firma El Roto. Y a partir de mañana para husmear por las casetas libros llenos de historias para llevar a la tumbona. Adiós telediarios. No quiero saber nada más. Adiós teléfono móvil. Sin ti la vida será de verdad.
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