Víctor Labrada
Año 1891. Una galerna infernal escora a una goleta de bandera austriaca contra el Cabo Torres. Se masca la tragedia. La embarcación la 'Lola', patroneada ... por Xico, sale del Muelle en su auxilio. Cuando se aproxima, la tripulación forastera ha logrado hacer tierra, milagrosamente, en los acantilados. Pero queda el capitán, que parece resignado a morir. Avelino 'El Pachurrín' se lanza al bravo mar atado a una cuerda y, tras ímprobos esfuerzos, sube a cubierta de la goleta. El capitán, necio, se encierra en la cámara y 'El Pachurrín' echa abajo la puerta con un barrote, reduce al austriaco en una agónica pelea, lo amarra fuertemente y lo obliga a lanzarse al mar, de donde lo rescata la 'Lola' tirando del cabo. Luego el héroe de Cimadevilla consigue regresar a su barco y, una vez en tierra, recibirá un diploma y una pensión bimestral de 70 reales.
Gestas como esta hollywoodiense, y cientos más, están recogidas en los descatalogados libros de Víctor Labrada, a los cuales acabas de acceder gracias a un generoso préstamo. De cinco llevas tres ('Curiosidades de un Gijón inolvidable', 'Historias escritas para ti' y 'Al aire de Cimadevilla') y aún te quedan por destripar dos ('Gijón en el recuerdo' y 'Nostalgia de Gijón'). Enumerar su contenido no entraría en un suplemento, menos aquí. El nutriente es infinito. De lo acumulado, además de curiosos personajes y dramáticos naufragios (el de 'La Camareta' con 23 muertos a la vista del puerto en 1874), narra con detalle el autor el estratosférico boom industrial de la segunda mitad del XIX que fue poblando de empresas tanto La Calzada como El Coto o el mismo paseo de Begoña. Tenía Gijón unos 25.000 habitantes (1860), apenas se ceñía al barrio alto y su entorno y aún así no dejaba de alumbrar grandes negocios con inspiración extranjera y legiones de trabajadores. De acero, vidrio, espejos, gorras, porcelanas, sidra, textil, tabaco, de todo, y además con elegantes edificios. Apenas queda una chimenea de todo aquello, como de tantos edificios derribados (el impresionante Teatro Obdulia, el señorial Hotel Malet o la iglesia de San Pedro de 1410, dinamitada en 1936, de la cual describe tesoros interiores que él conoció en persona).
Destaca Janel Cuesta en uno de sus libros la «incontestable elegancia» de Víctor Labrada, quien además de escribir libros de alto contenido histórico fue concejal en dos etapas, trabajador de la fábrica de loza y fiel colaborador de EL COMERCIO, renunciando a relevar a Patricio Adúriz, a su muerte, como cronista oficial de Gijón. Nació en 1904 (1 de noviembre) y murió en 1997 (20 de abril) a los 92 años. Para entonces, recuerda Janel, debido a los estragos del paso del tiempo, pocos sabían de su aportación a la ciudad y al funeral, oficiado en la iglesia del Corazón de María, fueron cuatro gatos. No estaría de más recuperar sus libros, ahora descatalogados y localizables solo en los mercados de segunda mano. Una pequeña calle lleva al menos su nombre en esa Cimadevilla natal que tanto glosó. Señor Víctor Labrada López, nunca es tarde para decirlo: ¡Gracias!
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